Este año las fotos de nuestra escalera no son tan bonitas pero es que pasarse allí 15 días y esperar hasta el último, que encima llueve y está nublado y además estamos de animo de «vuelta»… no nos puede volver a pasar!
Hace ya un año que os contábamos un poco cómo eran las vacaciones en esa casita a la orilla del mar; este año ha habido menos charlas lentas, eso seguro, tampoco nosotros hemos coincidido con ningún primo, no hemos podido organizarlo de otra forma, pero lo que no nos han faltado con este enano allí han sido ni risas ni bucles del tipo «Carlos, que no puede pasar del segundo escalón, que esas escaleras son PELIGROSIIISIMAS!!»
Mientras más peligroso sea algo, más divertido. Está claro.
Y así de contento estaba cuando al fin le dejamos subir (todo sea por las fotos, jaja)
Así que básicamente son fotos de recuerdo para ir viendo año a año cómo
crece… y además, a la bisabuela seguro que le gustan 😉
Además de eso lo hemos medido en la puerta, otra tradición anual; en la puerta de atrás de la casa están marcadas con una llave nuestras alturas de cada año.
Hemos jugado con los patitos…
y una de las conversaciones más repetidas este año, a parte de esa prohibición, es si el año que viene y al otro, y al otro seguiremos pudiendo ir por allí; si los veranos de nuestros hijos seguirán marcados por esta escalera…
Como ya os contamos hace algunos años nuestra casita es pequeña pero está en la playa. No en una ciudad de playa si no en la misma playa, en la arena, a unos metros de las olas que tanto le gustan a Carlos, y eso, que es su principal atractivo, también es su mayor limitación, y es que en los últimos años el mar ha ido acercándose y acercándose y parece que tenga gana de compartir la casa con nosotros!
Como la historia de las casitas es más larga, la dejamos para el próximo día …