Seguramente la mayoría habréis leído este artículo de Pedro Simón para El Mundo que se convirtió en viral hace poco más de un mes, pero ayer, un rincón de mi casa me hizo pensar en Ese perfecto desorden.
Y no pude evitar coger la cámara y compartirlo con vosotros,
porque tener un tendedero de baberos y camisas en miniatura en el salón, también representa esa felicidad.
«Te tropiezas con un balón de espuma y encuentras un muñeco bajo el sofá.
Giras el grifo del lavabo y descubres que anida un pato de goma. Abres la sandwichera y ahí están, achicharrados, tres cromos del Osasuna.
A veces maldigo este caos de casa tumultuosa con niños. Pero sé que algún día maldeciré todo el orden a solas que vendrá después.
Vuestros libros ordenados, pero sin ser abiertos. Vuestras camas hechas, pero frías. Los platos pulcramente recogidos en la alacena, pero sin nadie con quien comer.
Tener
hijos y salir a la calle es como llegar a la ceremonia de los Oscar de
sobrado con dos estatuillas bajo el brazo, una hora antes de que empiece
la entrega de premios: sabes que te los has ganado seguro.
Tener hijos es pisar la acera a las ocho y media con toda la gimnasia hecha:
los abdominales del estrés, las flexiones del ‘no se puede’, el pilates
del ‘haz lo que debes’, el yoga del ‘aprovecha el tiempo’, los lumbares
de la desobediencia y de la sinrazón. En tan solo media hora, mientras
te aseas. Así que cuando sales al mundo adulto ya no te acojona nada y todo te preocupa lo justo.
Para convención popular, la que montas un domingo lluvioso en casa con los amigos de tus hijos.
Para dimisión irrevocable, la que te presentan cada día que les pones verduras.
Para exclusiva, la de que el pequeño tiene otra novia y no hace declaraciones.
Para ‘share’, la audiencia que os da mamá durante le cena, siempre con un cuento delante.
Para traición, la mía, que nunca estoy; la vuestra, que habéis preferido la Play a las chapas.
Para problemas laborales, los que me da esa ortografía en huelga y sin servicios mínimos.
Para inflación, la de los besos de Martín, que cada vez los vende más caros.
Para crisis, la que acontece cuando se acaba el verano.
Me
lo enseñó una tarde mi abuela, que lo llevaba escrito en un
marcapáginas y leía una novela de Capote, eso de que los legados más
importantes que los padres y las madres pueden dejarles a sus hijos son
dos: uno son las raíces; el otro, las alas.
Algún
día regresaré a casa tarde a causa del trabajo (o de la falta del
mismo). Abriré la puerta del salón y todo estará en orden. Será que
habéis volado, vaya. Entonces echaré en falta la felicidad que era este perfecto desorden.»
De momento, espero que nos queden muchos años de desorden 😉
¡Hasta mañana!