«Una vez que he dejado de fumar, que he desistido de hablar bien inglés que no voy a volver a apuntarme al gimnasio para pagar y no ir, y que me da mucha pereza levantarme temprano para correr, este año me voy a concentrar en matar vacas.»
(Sólo leyendo esa entrada ya sabía que me iba a interesar el artículo).
Matar la Vaca es un libro donde explica una magnífica metáfora sobre cómo podemos deshacernos de las justificaciones y de las excusas que todos nos ponemos y que nos impiden triunfar. La historia comienza cuando un viejo maestro quería enseñar a un joven discípulo que una vida llena de conformismo y mediocridad coarta nuestro desarrollo.
Maestro y discípulo fueron a visitar el pueblo más pobre de la comarca, y dentro de él buscaron la más humilde de todas las viviendas.
Una vaca flacucha y escuálida
En una casucha a medio derrumbarse de apenas seis metros cuadrados vivían ocho personas. El padre, la madre, cuatro hijos y dos abuelos se las arreglaban de mala manera para subsistir en aquel reducido espacio. Sus ropas viejas y remendadas, la suciedad y el mal olor que envolvía sus cuerpos eran la mejor prueba de la profunda miseria que allí reinaba. Curiosamente, en medio de este estado de penuria y pobreza total, la familia contaba con una sola posesión que para ellos era muy preciada. Una vaca… una flacucha y escuálida vaca que con su escasa leche permitía a la familia sobrevivir.
Maestro y discípulo pasaron la noche en aquella casa y antes del amanecer el mentor le dijo en voz baja al alumno: «Es hora de que aprendas la lección que nos ha traído hasta aquí». Y ante la incrédula mirada del joven, el maestro sacó una daga y degolló a la pobre vaca que estaba atada en la puerta de la vivienda. «¿Qué has hecho maestro? ¿Cómo has podido dejar a esta familia en la ruina total y sin la única posesión que tenían?», preguntó el joven.
Un año más tarde, los dos hombres volvieron a aquel pueblo para ver qué había ocurrido con la familia. Buscaron en vano la humilde vivienda, pero donde antes se encontraba la ruinosa casucha ahora se levantaba una casa grande. Y ante su sorpresa vieron salir de la casona al mismo hombre que un año antes les había dado posada. Su aspecto era totalmente distinto. Sus ojos brillaban, vestía ropas limpias, iba aseado y su amplia sonrisa mostraba que algo extraordinario había sucedido.
Le saludaron y el hombre -que ignoraba que el maestro y el joven habían sido los responsables de la muerte de la vaca- les contó que algún maleante había degollado al preciado animal que les servía de sustento, y que para no morirse de hambre se habían puesto a sembrar. Decidimos limpiar el patio de la parte de atrás de la casucha -les dijo- y allí sembramos hortalizas y legumbres para alimentarnos. Como nos dimos cuenta que la improvisada granja producía mucho más de lo que necesitábamos para nuestro sustento, comenzamos a vender algunos vegetales a los vecinos, y con esa ganancia compramos más semillas.
Conformismo y mediocridad
El joven, que escuchaba atónito la increíble historia, entendió finalmente la lección que su maestro quería enseñarle. La vaca, además de ser su única posesión, era también la cadena que los mantenía atados a una vida de conformismo y mediocridad. Con la vaca tenían la sensación de poseer algo de valor y no estar en la miseria total, cuando en realidad estaban viviendo en medio de la indigencia.
De esta maravillosa historia pueden extraerse muchas lecciones que pueden ayudarnos a eliminar nuestras propias limitaciones o vacas, como las denomina el autor. La vaca simboliza todo aquello que nos mantiene atados a la mediocridad. Las vacas más comunes son las excusas, que sirven para eludir nuestras responsabilidades y para justificar nuestra acomodada posición buscando culpables por aquéllo que siempre estuvo bajo nuestro control.
Hay una serie de frases que escuchamos habitualmente, y que son las excusas más comunes que utilizamos para no salir de la zona de confort en la que nos encontramos. Seguro que muchos de nosotros nos vemos identificados con algunas de estas vacas:
-Yo estoy muy bien porque cuando miro atrás hay otros en peores circunstancias.
-No me gusta mi trabajo, pero tengo que dar gracias de que por lo menos lo tengo.
-No poseo muchas cosas, pero al menos cuento con lo suficiente para poder comer.
-Es que aquí no se apoya al empresario.
-En la empresa no me motivan.
-¿Qué vamos a hacer? Unos nacen con estrella y otros estrellados.
-Así era mi padre, lo mío es genético.
-Mi problema es que mi marido no me apoya.
-Mi hándicap es que mi esposa es negativa.
-Me gustaría leer más, pero no tengo tiempo.
-Las mujeres lo tenemos el doble de difícil que los hombres.
-No quiero empezar hasta estar seguro.
-Yo no sirvo para eso.
-Desgraciadamente lo mío es genético.
-Mi problema es que soy muy tímido.
-Soy de los que piensan que si vamos a hacer algo, o lo hacemos bien, o no lo hacemos.
-Cuando quiera dejar de fumar, lo dejo sin problemas; lo que pasa es que no he querido.
-Lo dejo todo para el último minuto porque trabajo mejor bajo presión.
-Lo importante no es ganar sino participar.
Salir de la zona de confort
Estas autojustificaciones nos permiten estar en la zona de confort, ese lugar -como lo define el experto Antonio Sánchez-Migallón en su reciente libro Motívate– donde nos encontramos a placer, felices porque tenemos la seguridad de que siempre sucede lo mismo aunque sea desagradable; es la zona en la que las cosas, las personas y los acontecimientos son conocidos y los dominamos, aunque no sean de nuestro agrado. No somos felices, pero tampoco desdichados. Quizás nos frustre la vida que llevamos o el trabajo que tenemos, pero no lo suficiente como para querer cambiarlos. Es el miedo el que nos refugia en nuestra zona de confort.
Resulta necesario salir de esta comodidad, confiar más en nosotros mismos y vencer el miedo a lo que puedan opinar los demás si fracasamos, al ridículo o a la vergüenza. Frente a nosotros se encuentra un mundo de oportunidades por descubrir. Oportunidades que sólo podremos apreciar una vez que hayamos matado nuestras vacas.