viernes=INSPIRACIóN

Hoy os traigo un «robado», un post que leí en su momento, en agosto del 2013, y me gustó bastante; El otro día por casualidad volvió a aparecer por mi pantalla y entonces lo entendí de verdad.
El día en que dejé de decir «date prisa»
Cuando estás viviendo una vida apretada, cada minuto cuenta.
Sientes que deberías tachar algo de la lista de cosas pendientes, mirar
una pantalla, o salir corriendo hacia el siguiente destino. Y no importa
en cuántas partes dividas tu tiempo y atención, no importa cuántas
tareas trates de hacer a la vez, nunca hay suficiente tiempo para
ponerse al día.
Esa fue mi vida durante dos años frenéticos. Mis
pensamientos y acciones estaban controlados por notificaciones
electrónicas, melodías para el móvil y agendas repletas. Y aunque cada
fibra de mi sargento interior quería llegar a tiempo a todas las
actividades de mi programa, yo no.
Verás, hace seis años, fui bendecida con una niña relajada, sin preocupaciones, del tipo de quienes se paran a oler las rosas.
Cuando
tenía que estar ya fuera de casa, ella estaba ahí, toda dulzura,
tomándose su tiempo para elegir un bolso y una corona con purpurina.
Cuando
tenía que estar en algún sitio desde hacía cinco minutos, ella insistía
en intentar sentar y ponerle el cinturón de seguridad a su peluche.
Cuando
necesitaba pasar rápidamente a comprar un bocadillo en Subway, se
paraba a hablar con la señora mayor que se parecía a su abuela.
Cuando tenía 30 minutos para ir a correr, quería que parase la sillita para acariciar a cada perro con el que nos cruzábamos.
Cuando tenía la agenda completa desde las seis de la mañana, me pedía que le dejase cascar y batir los huevos con todo cuidado.
Mi
niña despreocupada fue un regalo para mi personalidad de tipo A,
orientada al trabajo, pero yo no lo vi. Oh no, cuando tienes una vida
apretada, tienes visión de túnel – solo ves el siguiente punto en tu
agenda. Y todo lo que no se pueda tachar de la lista es una pérdida de
tiempo.
Cada vez que mi hija me desviaba de mi horario, me decía a
mí misma: «No tenemos tiempo para esto». Así que las dos palabras que
más usaba con mi pequeña amante de la vida eran: «Date prisa».
Empezaba mis frases con esas dos palabras.
Date prisa, vamos a llegar tarde.
Y las terminaba igual.
Nos lo vamos a perder todo si no te das prisa.
Comenzaba el día así.
Date prisa y cómete el desayuno.
Date prisa y vístete.
Terminaba el día de la misma forma.
Date prisa y lávate los dientes.
Date prisa y métete en la cama.
Y
aunque las palabras «date prisa» conseguían poco o nada para aumentar
la velocidad de mi hija, las pronunciaba igualmente. Tal vez incluso más
que las palabras «te quiero».
La verdad duele, pero la verdad cura… y me acerca a la madre que quiero ser.
Entonces,
un día trascendental, las cosas cambiaron. Habíamos recogido a mi hija
mayor del cole y estábamos saliendo del coche. Como no iba lo
suficientemente deprisa para su gusto, mi hija mayor le dijo a su
hermana: «Eres muy lenta». Y cuando se cruzó de brazos y dejó escapar un
suspiro exasperado, me vi a mí misma – la visión fue desgarradora.
Yo era una matona que empujaba y presionaba y acosaba a una niña pequeña que sólo quería disfrutar de la vida.
Se me abrieron los ojos, vi con claridad el daño que mi existencia apresurada infligía a mis dos hijas.
Aunque
me temblaba la voz, miré a los ojos de mi hija pequeña y le dije:
«Siento mucho haberte metido prisa. Me encanta que te tomes tu tiempo, y
me gustaría ser más como tú».
Mis dos hijas me miraban igualmente
sorprendidas por mi dolorosa admisión, pero la cara de mi hija menor
tenía un brillo inconfundible de validación y aceptación.
«Prometo ser más paciente a partir de ahora», dije mientras abrazaba a mi pequeña, que sonreía con la promesa de su madre.
Fue
bastante fácil desterrar las palabras «date prisa» de mi vocabulario.
Lo que no fue tan fácil era conseguir la paciencia necesaria para
esperar a mi lenta hija. Para ayudarnos a las dos, empecé a darle un
poco más de tiempo para prepararse si teníamos que ir a alguna parte. Y a
veces, incluso así, todavía llegábamos tarde. En esos momentos me
tranquilizaba pensar que solo llegaría tarde a los sitios unos pocos
años, mientras ella fuese pequeña.
Cuando mi hija y yo íbamos a
pasear o a la tienda, le dejaba marcar el ritmo. Y cuando se paraba para
admirar algo, intentaba quitarme la agenda de la cabeza para
simplemente observar lo que hacía. Vi expresiones en su cara que no
había visto nunca antes. Estudié los hoyuelos de sus manos y la forma en
que sus ojos se arrugan cuando sonríe. Vi cómo otras personas
respondían cuando se paraba para hablar con ellos. Observé cómo
descubría bichos interesantes y flores bonitas. Era una observadora, y
aprendí rápidamente que los observadores del mundo son regalos raros y
hermosos. Ahí fue cuando por fin me di cuenta de que era un regalo para
mi alma frenética.
Mi
promesa de frenar es de hace casi tres años, y al mismo tiempo empezó
mi viaje para dejar de lado la distracción diaria y atrapar lo que de
verdad importa en la vida. Vivir en un ritmo más lento todavía requiere
un esfuerzo extra. Mi hija pequeña es el vivo recuerdo de por qué tengo
que seguir intentándolo. De hecho, el otro día, me lo volvió a recordar.
Habíamos
salido a dar un paseo en bicicleta durante las vacaciones. Después de
comprarle un helado, se sentó en una mesa de picnic para admirar con
deleite la torre de hielo que tenía en la mano.
De repente, una mirada de preocupación cruzó su rostro. «¿Tengo que darme prisa, mamá?»
Casi lloro. Tal vez las cicatrices de una vida acelerada no desaparecen por completo, pensé con tristeza.
Mientras
mi hija me miraba esperando a saber si podía tomarse su tiempo, supe
que tenía una opción. Podía sentarme allí y sufrir pensando en la
cantidad de veces que le había metido prisa a mi hija en la vida… o
podía celebrar el hecho de que hoy intento hacer algo distinto.
Elegí vivir el hoy.
«No
tienes que darte prisa. Tómate tu tiempo», le dije tranquilamente. Su
rostro se iluminó al instante y se le relajaron los hombros.
Y así
estuvimos hablando de las cosas de las que hablan las niñas de seis
años que tocan el ukelele. Incluso hubo momentos en que nos sentamos en
silencio simplemente sonriendo la una a la otra y admirando las vistas y
sonidos que nos rodeaban.
Pensé que mi hija se iba a comer toda
la maldita cosa – pero cuando llegó al último pedazo, me pasó la cuchara
con lo que quedaba de helado. «He guardado el último bocado para ti,
mamá», me dijo con orgullo.
Mientras el manjar saciaba mi sed, me dí cuenta de que había hecho el negocio de mi vida.
Le
di a mi hija un poco de tiempo … y, a cambio, ella me dio su último
sorbo y me recordó que las cosas son más dulces y el amor llega con más
facilidad cuando dejas de correr por la vida.
Ya se trate de …
Tomarse un helado
Coger flores
Ponerse el cinturón de seguridad
Batir huevos
Buscar conchas en la playa
Ver mariquitas y otros bichos
Pasear por la calle
No diré: «No tenemos tiempo para esto». Porque básicamente estaría diciendo: «No tenemos tiempo para vivir».
Hacer una pausa para deleitarse con los placeres simples de la vida es la única manera de vivir de verdad.
(Confía en mí, he aprendido de la mejor experta del mundo.)
Aunque echemos una hora comiendo un pan de tortuga regalo de #lalocadesutía
Cada viernes, las chicas de sonambulistas se toman un café con todo el que las quiera acompañar y nosotras teníamos gana de unirnos algún día a su propuesta:
Si estuviésemos tomando un café antes de nada os preguntaría que tal estáis, que es algo que a veces se nos olvida preguntar, tanto escribir y escribir…
Si estuviésemos tomando un café os contaría entre otras cosas que noto el blog un poco estancado, no tanto de movimeinto y visitas como de interacción con vosotros, os confesaría que a veces me resulta un poco repetitivo y que estoy pesando en darle un pequeño giro pero aún no sé bien cómo hacerlo.
Si estuviéramos tomando un café os diría que estoy leyendo mucho últimamente (tal como me propuse) pero lo de que los libros sea buenos lo llevo regular… os contaría que desde el primer embarazo no había leído nada de educación ni de crianza y ahora me ha dado por hacer maratón de Montessori.
Os contaría también que estoy deseando que nazca un bebito que yo me sé y os enseñaría la idea que tengo para regalarle, si no fuera un secreto, claro.
Os diría que últimamente he conseguido llevar una vida más tranquila, que descanso más, que voy más lenta. Que sigo haciendo muchas cosas pero con menos prisa, que voy a aprovechar la tranquilidad hasta que Carlos ande :). Y que esto me hace más feliz.
Si estuviéramos tomando un café quizás podría quedarme un poco más, dejaría que Carlitos jugara con las cucharas, mojara el dedo en el azúcar o cualquier otra cosa de las que le divierten a él, pero verme escribir le aburre demasiado. Os diría que estoy de acuerdo con que los niños tienen que aburrirse de vez en cuando, pero que no sé cómo evitar sus protestas.
Con una taza de café delante os preguntaría qué pensáis vosotros de muchas cosas, y sería más fácil que me contestárais. Porque las charlas de 2 o 3 personas son más fáciles, más enriquecedoras, unen más. Por eso el próximo café me lo intentaré tomar así, con 2 o 3 amigos, con los que terminaremos hablando al final de las mismas cosas que aquí, porque son las que nos preocupan a nosotras, pero también hablaremos de los que les preocupe a ellos.
Ah! y os contaría que me acaba de escribir nuestra querida Marga para contarme una cosa que me ha hecho mucha ilusión pero resulta que también es secreto aún, vaya por Dios 😉
La mayoría de los viernes seguiremos con nuestra inspiración, más que nada porque yo tengo la suerte de tomarme el café con Carlos, lento, disfrutando un desayuno que a veces dura hasta una hora! y a él no le gusta mucho que haya más gente a la mesa con nosotros (vamos, que no soporta que escriba ni wasap ni blog ni nada, enterita para él), pero si algún día, como hoy, quiere leer su cuento sin que nadie lo interrumpa, nos tomamos el cafe con Mar y con todos los que os apetezca!
La primera inspiración del año…