Categorías
Unaporuna

Reflexión…

QUIEN DOBLA TU PARACAIDAS??

 

Juan era piloto de un cazabombardero en la guerra de las
Malvinas. Después de muchas misiones en combate, su avión fue derribado por un
misil. Juan se lanzó en paracaídas. Fue capturado y llevado a prisión. A su
regreso a Argentina daba conferencias relatando su odisea y lo que aprendió en
prisión. Un día estaba en un restaurante y un hombre lo saludo y le dijo:
hola.¿ es usted Juan, el que era piloto en las Malvinas y fue derribado? ¿Usted
como sabe eso? Le pregunto Juan. El hombre respondió: porque yo doblaba su
paracaídas y al parecer funciono bien ¿verdad?

 

Juan casi se ahogó de la sorpresa y con mucha gratitud le
respondió. “claro que funciono. Si no hubiera funcionado no estaría aquí hoy”.

 

Estando Juan solo esa noche no pudo dormir meditando. Se
preguntaba cuántas veces vio en la base a ese hombre y nunca le dijo buenos
días. Él era un arrogante piloto y ese hombre solo era un humilde marinero.
Pensó también en las horas que ese marinero pasaba enrollando los paracaídas de
los pilotos. Teniendo en sus manos lo que le salvaría la vida a alguien que no
conocía.

 

Ahora Juan comienza sus conferencias preguntándole a la
audiencia: ¿Quién doblo hoy su paracaídas?. Todos tenemos a alguien cuyo trabajo
es importante para que nosotros podamos salir adelante. Todos necesitamos
muchos paracaídas en el día. Uno físico. Uno emocional. Uno mental. Y uno
espiritual. A veces en los desafíos que la vida nos lanza a diario perdemos la
vista de lo que es verdaderamente importante y las personas que nos salvan en
el momento oportuno. Sin que se lo pidamos.

 

-Dejamos de saludar.

 

-Dejamos de dar las gracias.

 

-Dejamos de felicitar a alguien por su trabajo.
Hoy, esta semana, este año, cada día…… trata de darte
cuenta….. Quien dobla tu paracaídas?
En tu casa, en tu familia, con tus
amigos, recuerda reforzar en positivo a quienes doblan nuestros paracaídas…es
importante en el día a día.
Gracias a todos por doblar mi paracaídas!!!!
Categorías
Unaporuna

Matar la Vaca: Reflexión

«Una vez que he dejado de fumar, que he desistido de hablar bien inglés que no voy a volver a apuntarme al gimnasio para pagar y no ir,  y que me da mucha pereza levantarme temprano para correr, este año me voy a concentrar en matar vacas.»
 
(Sólo leyendo esa entrada ya sabía que me iba a interesar el artículo).
 
  
Matar la Vaca es un libro donde explica una magnífica metáfora sobre cómo podemos deshacernos de las justificaciones y de las excusas que todos nos ponemos y que nos impiden triunfar. La historia comienza cuando un viejo maestro quería enseñar a un joven discípulo que una vida llena de conformismo y mediocridad coarta nuestro desarrollo.
 
Maestro y discípulo fueron a visitar el pueblo más pobre de la comarca, y dentro de él buscaron la más humilde de todas las viviendas.
 
Una vaca flacucha y escuálida
 
En una casucha a medio derrumbarse de apenas seis metros cuadrados vivían ocho personas. El padre, la madre, cuatro hijos y dos abuelos se las arreglaban de mala manera para subsistir en aquel reducido espacio. Sus ropas viejas y remendadas, la suciedad y el mal olor que envolvía sus cuerpos eran la mejor prueba de la profunda miseria que allí reinaba. Curiosamente, en medio de este estado de penuria y pobreza total, la familia contaba con una sola posesión que para ellos era muy preciada. Una vaca… una flacucha y escuálida vaca que con su escasa leche permitía a la familia sobrevivir.
 
Maestro y discípulo pasaron la noche en aquella casa y antes del amanecer el mentor le dijo en voz baja al alumno: «Es hora de que aprendas la lección que nos ha traído hasta aquí». Y ante la incrédula mirada del joven, el maestro sacó una daga y degolló a la pobre vaca que estaba atada en la puerta de la vivienda. «¿Qué has hecho maestro? ¿Cómo has podido dejar a esta familia en la ruina total y sin la única posesión que tenían?», preguntó el joven.
 
Un año más tarde, los dos hombres volvieron a aquel pueblo para ver qué había ocurrido con la familia. Buscaron en vano la humilde vivienda, pero donde antes se encontraba la ruinosa casucha ahora se levantaba una casa grande. Y ante su sorpresa vieron salir de la casona al mismo hombre que un año antes les había dado posada. Su aspecto era totalmente distinto. Sus ojos brillaban, vestía ropas limpias, iba aseado y su amplia sonrisa mostraba que algo extraordinario había sucedido.
 
Le saludaron y el hombre -que ignoraba que el maestro y el joven habían sido los responsables de la muerte de la vaca- les contó que algún maleante había degollado al preciado animal que les servía de sustento, y que para no morirse de hambre se habían puesto a sembrar. Decidimos limpiar el patio de la parte de atrás de la casucha -les dijo- y allí sembramos hortalizas y legumbres para alimentarnos. Como nos dimos cuenta que la improvisada granja producía mucho más de lo que necesitábamos para nuestro sustento, comenzamos a vender algunos vegetales a los vecinos, y con esa ganancia compramos más semillas.
 
Conformismo y mediocridad
 
El joven, que escuchaba atónito la increíble historia, entendió finalmente la lección que su maestro quería enseñarle. La vaca, además de ser su única posesión, era también la cadena que los mantenía atados a una vida de conformismo y mediocridad. Con la vaca tenían la sensación de poseer algo de valor y no estar en la miseria total, cuando en realidad estaban viviendo en medio de la indigencia.
De esta maravillosa historia pueden extraerse muchas lecciones que pueden ayudarnos a eliminar nuestras propias limitaciones o vacas, como las denomina el autor. La vaca simboliza todo aquello que nos mantiene atados a la mediocridad. Las vacas más comunes son las excusas, que sirven para eludir nuestras responsabilidades y para justificar nuestra acomodada posición buscando culpables por aquéllo que siempre estuvo bajo nuestro control.
 
Hay una serie de frases que escuchamos habitualmente, y que son las excusas más comunes que utilizamos para no salir de la zona de confort en la que nos encontramos. Seguro que muchos de nosotros nos vemos identificados con algunas de estas vacas:   
 
-Yo estoy muy bien porque cuando miro atrás hay otros en peores circunstancias.
-No me gusta mi trabajo, pero tengo que dar gracias de que por lo menos lo tengo.
-No poseo muchas cosas, pero al menos cuento con lo suficiente para poder comer.
-Es que aquí no se apoya al empresario.
-En la empresa no me motivan.
-¿Qué vamos a hacer? Unos nacen con estrella y otros estrellados.
-Así era mi padre, lo mío es genético.
-Mi problema es que mi marido no me apoya.
-Mi hándicap es que mi esposa es negativa.
-Me gustaría leer más, pero no tengo tiempo.
-Las mujeres lo tenemos el doble de difícil que los hombres.
-No quiero empezar hasta estar seguro.
-Yo no sirvo para eso.
-Desgraciadamente lo mío es genético.
-Mi problema es que soy muy tímido.
-Soy de los que piensan que si vamos a hacer algo, o lo hacemos bien, o no lo hacemos.
-Cuando quiera dejar de fumar, lo dejo sin problemas; lo que pasa es que no he querido.
-Lo dejo todo para el último minuto porque trabajo mejor bajo presión.
-Lo importante no es ganar sino participar.
 
 
Salir de la zona de confort
 
Estas autojustificaciones nos permiten estar en la zona de confort, ese lugar -como lo define el experto Antonio Sánchez-Migallón en su reciente libro Motívate– donde nos encontramos a placer, felices porque tenemos la seguridad de que siempre sucede lo mismo aunque sea desagradable; es la zona en la que las cosas, las personas y los acontecimientos son conocidos y los dominamos, aunque no sean de nuestro agrado. No somos felices, pero tampoco desdichados. Quizás nos frustre la vida que llevamos o el trabajo que tenemos, pero no lo suficiente como para querer cambiarlos. Es el miedo el que nos refugia en nuestra zona de confort.
Resulta necesario salir de esta comodidad, confiar más en nosotros mismos y vencer el miedo a lo que puedan opinar los demás si fracasamos, al ridículo o a la vergüenza. Frente a nosotros se encuentra un mundo de oportunidades por descubrir. Oportunidades que sólo podremos apreciar una vez que hayamos matado nuestras vacas.
Categorías
Unaporuna

#losmartesconCarlos; Seguiré siendo idealista… hasta donde el miedo me deje

 Pues sí, sere utópica. O una idealista. Y pienso seguir siéndolo mientras la vida me deje, y ojalá que después también, ojalá que aunque la vida se empeñe en no dejarme, aunque sólo sea por el paso del tiempo, tenga fuerzas para seguir siéndolo…

Y cada vez que en una conversación quieran acabar mis argumentos con «es que tu eres una idealista» (leáse vives en los mundos d yupi, no te has enterado de qué va la vida, ya estás tú con tus inventos,  o cualquier otra frase similar) no será una forma de anular mis argumentos sino de revalidarlos.

Y pienso seguir diciendo que mi ilusión es tener 6 hijos y dar la vuelta al mundo con ellos. Aunque al final me quede en 2 y lo más que llegue sea a pasar un fin de semana en París. De ilusiones también se vive, y por ellas y para ellas.
Y sí, para mí, tener 6 hijos es mucho más bonito, más enriquecedor, muuuy cansado, muy empobrecedor económicamente hablando y muchas más cosas, pero si es mi vocación pues intentaré seguirla hasta donde pueda.
Todo el mundo me decía que me esperara a tener uno para ver lo que era, que se me iban a pasar las ganas de tener hasta el segundo y ha sido más bien al revés. Y os aseguro que no me ha tocado el niño trampa, ese tan bueno que no te enteras de que lo has tenido…
Bueno y a lo que iba, seguiré siendo una idealista y más aún en la educación de mis hijos aunque desde ya, con 23 meses, siento que he claudicado en algunas cosas. Porque vivimos en sociedad, porque no soy la única responsable de este niño… -escribe aqui tu excusa–  porque me ha entrado miedo. 
Este verano, aunque una amiga piense que estoy obsesionada con los colegios, no es eso, es que 9 de cada 10 por no decir 10 de 10 personas con las que me he encontrado me han hecho las siguientes preguntas. En este orden:
– Qué edad tiene? Ah, está muy espabilado, no? 
– Va a la guarde? Noooo??? 
– Y este año tampoco??
– Y a qué cole lo vais a llevar?

Y ahi ya es donde…
O estamos entre x, x o y o si me quedaba un rato hablando con esa persona y para hablar de otra cosa hablo de eso, preparate.
«Pues por mí no lo llevaría al cole, no te digo nunca pero al menos hasta los 6 años fijo».

 Que no es que tenga nada en contra de los colegios, sólo que tampoco veo la necesidad (aclarando que por mis horarios de trabajo, a mí el cole no me resuelve nada)

Y luego no lo llevaría a un cole convencional, me gustaría para ellos esa educación alternativa, tan nombrada últimamente, sin tantos libros, tantas normas, tantos deberes, tanta competitividad… desde que tienen 3 años!
Y también  puedo escribir aquí mi excusa,  Pero claro, en Córdoba…
Y otra vez sería miedo. Porque sí hay cosas, hay iniciativas, intentos pequeñitos de gente que piensa igual.
Pero como dice @elhombremásguapodelmundo mi hijo no es un banco de pruebas.
Y sí, es cierto que:

El que no se arriesga no gana;
La vida es de los valientes;
Siempre tiene que haber una primera persona que haga algo;

Y asi miles de frases de libros de autoayuda, en las que creemos… hasta q nos toca cumplirlas.
Y aquí además no soy ya la que me arriesgo, aqui hago que se arriesgue un niño ¡de 20 meses! al tomar una decision por él. Como tantas otras que tomamos al cabo del dia, está claro.
Pero me entra el Miedo. Un miedo mucho más grande que si fuera yo la que me arriesgara, un miedo que no sé si soy capaz de asumir aún a pesar de tener que renunciar a alguna de esas utopías…
Porque al final, con mucho padres de los que hemos hablado, la charla ha sido muy similiar; empezamos nombrando los 2 o 3 colegios más o menos convencionales, más o menos comunes en nuestro círculo y los mismos argumentos de siempre para cada uno. Pero, ¿y cuando te sales? Y cuando dices que ninguno de esos te gusta porque no te gusta, yo que sé, esa manera de llevar a los niños con la lengua fuera, ese correr? Ese, como decía un amigo, meterlos a todos en la misma autopista, ponerles vallas opacas a los lados porque a los lados no hay nada y empezar a empujar?
¿Y cuando dices que eso no te gusta, que no crees que realmente sea lo mejor para ellos pero que tampoco crees que sea lo que la sociedad necesita?
Que hablamos que un cole nos gusta más porque saca mejores medias en selectividad, pero ¿eso es de verdad lo que busco para un hijo que es un bebé aún?

Y si mi hijo tiene un don (soy de las convencidas de que todo el mundo tenemos uno, que a todos hay algo que nos apasiona, se nos da bien y por lo que no nos importaría pasarnos muchas noches sin dormir) para pintar, para el dibujo, para la música, para los videojuegos, para los deportes, para cualquier cosa que no se mida en selectividad? ¿Entonces qué? ¿Tooodo el dia diciéndole que no a eso porque «hay que aprovechar el tiempo para estudiar»?


Y es que este padre tenía 3 hijos y resulta que los dones de los 3, ninguno eran de los que se potencian en el cole. Y que tiene que estar tooodo el dia diciendo deja de cuando ve que el niño disfruta, que se le da bien, que es algo positivo. Pero no, ponte mejor a hacer quebrados que hay que llegar al curso que viene preparado. Más preparado que los demás si se puede.

¿¿Y PARA QUE??
Después de estas reflexiones, ya se han dejado de barajar esos 3 coles más típicos y pasamos a la siguente frase:

Si, pero no hay colegios que sean así.

Los hay. Nos gustarán más o menos, los tendremos más o menos cerca, serán más caros-hippies-elitistas-diferentes o lo que sea, pero los hay.

Elimina la excusa de que no existen.

Deja de culpar la sociedad de que lo único que nos ofrece es lo otro.

Y por qué no lo llevas allí?
Pues porque SOY UNA MIEDICA.

 

Categorías
Inspiración Unaporuna

viernes=INSPIRACIóN

Más que una inspiración es una petición;
Por si alguno os sentís preparados, o conocéis a alguna familia que pudiera estar dispuesta…
VAMOS A COMPARTIR PARA QUE LLEGUE CUANTO MÁS MEJOR!!
Gracias y que empecéis bien la semana 😉
Categorías
Unaporuna

Seguimos emocionadas…

 
Hoy os quiero enseñar la reflexión más bonita que he leído desde hace mucho tiempo, sobre el amor de una mamá a su hijo…
 

Nunca nos arrepentiremos:

“Estamos haciendo una encuesta”, dice medio en broma.

“¿Crees que deberíamos tener un bebé?”

– “Vuestra vida va a cambiar”, digo cuidadosamente y manteniendo mi neutralidad.

– “Lo sé”, me contesta. “Se acabaron las fiestas nocturnas los fines de semana, las vacaciones espontáneas…”

Pero no me refería a eso en absoluto. Miré a mi hija tratando de decidir qué decirle.
Me gustaría que supiese lo que no va a aprender en las cases de preparación al parto.
Me gustaría decirle que las heridas físicas tras el parto se curan, pero convertirse en madre conlleva una serie de heridas emocionales a la que siempre será vulnerable.

Pienso en decirle que nunca volverá a leer el periódico sin preguntarse después ¿Qué hubiera pasado si ese hubiera sido mi hijo?. Que cada accidente de avión, cada incendio serán su obsesión. Que cuando vea las fotos de niños hambrientos, ella siempre se preguntará si podría haber algo peor que ver a su hijo morir.

Miro sus uñas cuidadosamente pintadas y su elegante traje. Después pienso que no importa lo sofisticada que sea, ya que cuando se convierta en madre adquirirá el nivel primitivo de una osa que vela por su cachorro. Que una llamada urgente de “¡mama!” hará que deje caer la tarta que esté preparando o su figura de cristal favorita sin vacilar ni un instante.

Siento que debo advertirle, pues no importan todos los años que haya invertido en su carrera profesional, pues verá las cosas de otro modo con la maternidad. Podría dejar todo listo para que alguien se encargue del pequeño mientras acude a una reunión de negocios, pero seguirá pensando en el olor de su bebé. Tendrá que hacer gala de una disciplina de hierro para no acudir a casa, solo para ver que su bebé se encuentra bien.

Quiero que mi hija sepa que tomar decisiones ya no será una cuestión de rutina. Que el deseo de un niño de 5 años de entrar al baño masculino para hacer sus necesidades se convertirá en un gran dilema. Que justo allí, en mitad de la gente con bandejas y niños gritando a pleno pulmón, los temas de la independencia y la identidad de género serán sopesados contra la perspectiva de que un abusador esté acechando en ese baño.

En cuanto a mi atractiva hija, quiero asegurarle que en un futuro conseguirá perder los kilos del embarazo, pero que nunca se sentirá igual consigo misma. Que su vida, ahora tan importante, tendrá menos valor después de tener un hijo. Empezará a desear vivir más años, no para cumplir sus propios sueños, sino para ver a sus hijos lograr los suyos. Quiero que sepa que las estrías o una cicatriz de cesárea se convertirán en insignias de honor.

La relación de mi hija con su marido cambiará, pero no de la manera que piensa. Deseo que pudiera entender cuánto se puede llegar a querer a un hombre que cambia los pañales del bebé o que nunca le asaltan las dudas para jugar con sus hijos. Creo que debería saber que seguirá enamorándose de él por razones que ahora encontraría muy poco románticas.

Me gustaría que mi hija se diese cuenta de lo ligada que se sentirá a aquellas mujeres históricas que trataron de detener la guerra, los prejuicios y conducir borracho.

Quiero describirle la euforia que se siente cuando ves a tu hijo aprendiendo a andar o a montar en bicicleta. Me gustaría capturar para ella las carcajadas de un bebé que toca la suave piel de un gato o un perro por primera vez. Quiero que saboree esa dicha tan real, que duele.

La mirada interrogativa de mi hija me hace darme cuenta de que las lágrimas se han empezado a acumular en mis ojos. “Nunca lo lamentarás”, digo finalmente. Entonces alargué mi brazo a través de la mesa y apreté la mano de mi hija.
 
Categorías
Inspiración Unaporuna

#losmartesconCarlos; Nuestras mañanas lentas

Hoy os traigo un «robado», un post que leí en su momento, en agosto del 2013, y me gustó bastante; El otro día por casualidad volvió a aparecer por mi pantalla y entonces lo entendí de verdad.


Porque es eso lo que yo he estado persiguiendo los últimos meses y es eso lo que os comentaba aquí que había conseguido; voy más lenta. El secreto que me preguntabas, Mar, creo que ha sido sólo darme cuenta que de verdad eso es lo que le sienta bien a Carlos. Y sorprenderme cada día de las cosas que «le he enseñado» (las ha aprendido él, mejor dicho) mientras creía que no estaba siendo productiva.


 El día en que dejé de decir «date prisa»


Cuando estás viviendo una vida apretada, cada minuto cuenta.
Sientes que deberías tachar algo de la lista de cosas pendientes, mirar
una pantalla, o salir corriendo hacia el siguiente destino. Y no importa
en cuántas partes dividas tu tiempo y atención, no importa cuántas
tareas trates de hacer a la vez, nunca hay suficiente tiempo para
ponerse al día.

Esa fue mi vida durante dos años frenéticos. Mis
pensamientos y acciones estaban controlados por notificaciones
electrónicas, melodías para el móvil y agendas repletas. Y aunque cada
fibra de mi sargento interior quería llegar a tiempo a todas las
actividades de mi programa, yo no.

Verás, hace seis años, fui bendecida con una niña relajada, sin preocupaciones, del tipo de quienes se paran a oler las rosas.
Cuando
tenía que estar ya fuera de casa, ella estaba ahí, toda dulzura,
tomándose su tiempo para elegir un bolso y una corona con purpurina.

Cuando
tenía que estar en algún sitio desde hacía cinco minutos, ella insistía
en intentar sentar y ponerle el cinturón de seguridad a su peluche.

Cuando
necesitaba pasar rápidamente a comprar un bocadillo en Subway, se
paraba a hablar con la señora mayor que se parecía a su abuela.

Cuando tenía 30 minutos para ir a correr, quería que parase la sillita para acariciar a cada perro con el que nos cruzábamos.
Cuando tenía la agenda completa desde las seis de la mañana, me pedía que le dejase cascar y batir los huevos con todo cuidado.


Mi
niña despreocupada fue un regalo para mi personalidad de tipo A,
orientada al trabajo, pero yo no lo vi. Oh no, cuando tienes una vida
apretada, tienes visión de túnel – solo ves el siguiente punto en tu
agenda. Y todo lo que no se pueda tachar de la lista es una pérdida de
tiempo.

Cada vez que mi hija me desviaba de mi horario, me decía a
mí misma: «No tenemos tiempo para esto». Así que las dos palabras que
más usaba con mi pequeña amante de la vida eran: «Date prisa».

Empezaba mis frases con esas dos palabras.
Date prisa, vamos a llegar tarde.
Y las terminaba igual.
Nos lo vamos a perder todo si no te das prisa.

Comenzaba el día así.
Date prisa y cómete el desayuno.
Date prisa y vístete.
Terminaba el día de la misma forma.
Date prisa y lávate los dientes.
Date prisa y métete en la cama.

Y
aunque las palabras «date prisa» conseguían poco o nada para aumentar
la velocidad de mi hija, las pronunciaba igualmente. Tal vez incluso más
que las palabras «te quiero».

La verdad duele, pero la verdad cura… y me acerca a la madre que quiero ser.

Entonces,
un día trascendental, las cosas cambiaron. Habíamos recogido a mi hija
mayor del cole y estábamos saliendo del coche. Como no iba lo
suficientemente deprisa para su gusto, mi hija mayor le dijo a su
hermana: «Eres muy lenta». Y cuando se cruzó de brazos y dejó escapar un
suspiro exasperado, me vi a mí misma – la visión fue desgarradora.

Yo era una matona que empujaba y presionaba y acosaba a una niña pequeña que sólo quería disfrutar de la vida.
Se me abrieron los ojos, vi con claridad el daño que mi existencia apresurada infligía a mis dos hijas.
Aunque
me temblaba la voz, miré a los ojos de mi hija pequeña y le dije:
«Siento mucho haberte metido prisa. Me encanta que te tomes tu tiempo, y
me gustaría ser más como tú».

Mis dos hijas me miraban igualmente
sorprendidas por mi dolorosa admisión, pero la cara de mi hija menor
tenía un brillo inconfundible de validación y aceptación.

«Prometo ser más paciente a partir de ahora», dije mientras abrazaba a mi pequeña, que sonreía con la promesa de su madre.

Fue
bastante fácil desterrar las palabras «date prisa» de mi vocabulario.
Lo que no fue tan fácil era conseguir la paciencia necesaria para
esperar a mi lenta hija. Para ayudarnos a las dos, empecé a darle un
poco más de tiempo para prepararse si teníamos que ir a alguna parte. Y a
veces, incluso así, todavía llegábamos tarde. En esos momentos me
tranquilizaba pensar que solo llegaría tarde a los sitios unos pocos
años, mientras ella fuese pequeña.

Cuando mi hija y yo íbamos a
pasear o a la tienda, le dejaba marcar el ritmo. Y cuando se paraba para
admirar algo, intentaba quitarme la agenda de la cabeza para
simplemente observar lo que hacía. Vi expresiones en su cara que no
había visto nunca antes. Estudié los hoyuelos de sus manos y la forma en
que sus ojos se arrugan cuando sonríe. Vi cómo otras personas
respondían cuando se paraba para hablar con ellos. Observé cómo
descubría bichos interesantes y flores bonitas. Era una observadora, y
aprendí rápidamente que los observadores del mundo son regalos raros y
hermosos. Ahí fue cuando por fin me di cuenta de que era un regalo para
mi alma frenética.


Mi
promesa de frenar es de hace casi tres años, y al mismo tiempo empezó
mi viaje para dejar de lado la distracción diaria y atrapar lo que de
verdad importa en la vida. Vivir en un ritmo más lento todavía requiere
un esfuerzo extra. Mi hija pequeña es el vivo recuerdo de por qué tengo
que seguir intentándolo. De hecho, el otro día, me lo volvió a recordar.

Habíamos
salido a dar un paseo en bicicleta durante las vacaciones. Después de
comprarle un helado, se sentó en una mesa de picnic para admirar con
deleite la torre de hielo que tenía en la mano.

De repente, una mirada de preocupación cruzó su rostro. «¿Tengo que darme prisa, mamá?»
Casi lloro. Tal vez las cicatrices de una vida acelerada no desaparecen por completo, pensé con tristeza.
Mientras
mi hija me miraba esperando a saber si podía tomarse su tiempo, supe
que tenía una opción. Podía sentarme allí y sufrir pensando en la
cantidad de veces que le había metido prisa a mi hija en la vida… o
podía celebrar el hecho de que hoy intento hacer algo distinto.

Elegí vivir el hoy.


«No
tienes que darte prisa. Tómate tu tiempo», le dije tranquilamente. Su
rostro se iluminó al instante y se le relajaron los hombros.

Y así
estuvimos hablando de las cosas de las que hablan las niñas de seis
años que tocan el ukelele. Incluso hubo momentos en que nos sentamos en
silencio simplemente sonriendo la una a la otra y admirando las vistas y
sonidos que nos rodeaban.

Pensé que mi hija se iba a comer toda
la maldita cosa – pero cuando llegó al último pedazo, me pasó la cuchara
con lo que quedaba de helado. «He guardado el último bocado para ti,
mamá», me dijo con orgullo.

Mientras el manjar saciaba mi sed, me dí cuenta de que había hecho el negocio de mi vida.
Le
di a mi hija un poco de tiempo … y, a cambio, ella me dio su último
sorbo y me recordó que las cosas son más dulces y el amor llega con más
facilidad cuando dejas de correr por la vida.


Ya se trate de …
Tomarse un helado
Coger flores
Ponerse el cinturón de seguridad
Batir huevos
Buscar conchas en la playa
Ver mariquitas y otros bichos
Pasear por la calle

No diré: «No tenemos tiempo para esto». Porque básicamente estaría diciendo: «No tenemos tiempo para vivir».

Hacer una pausa para deleitarse con los placeres simples de la vida es la única manera de vivir de verdad.
(Confía en mí, he aprendido de la mejor experta del mundo.)
 

Por eso, aunque a algunos les parezca una locura, cuando cada noche sigo dumiendo a Carlos en brazos o cantandole alguna canción inventada por nosotros sobre lo que hemos hecho ese día, no me parece una pérdida de tiempo, no me da miedo «que se acostumbre» -entre otras cosas porque ya lo está, jeje-. No conozco a ningún niño que con 15 años quiera que su madre lo duerma en brazos, y 15 años me parece tan poco…

Por eso hoy, que ha tardado más en dormirse, el post es «copiado», no le he dedicado tanto tiempo y aún puedo aprovechar para hacerle un juguete nuevo que le estoy preparando para mañana, y para acostarme antes, incluso para leer… O para escribir esto al lado de su cuna, con el brillo del teléfono al mínimo y su respiración, al fin pausada, como banda sonora.
Mi cuarto está más calentito y huele mejor porque él está aquí. 
Mis mañanas no se acuerdan de lo que significa «productividad» pero son las mejores #mañanaslentas del mundo.

Aunque echemos una hora comiendo un pan de tortuga regalo de #lalocadesutía

Y vosotros, tenéis algún ratito lento que consigáis disfrutar cada día?
Categorías
Inspiración Unaporuna

De esos días

De esos dias recuerdo la losa que nos cayó encima, me recuerdo tiritando por los pasillos en silla de ruedas, con los ojos muy abiertos sin ganas de ver nada. Recuerdo sentir lástima de mi misma, una de las peores sensaciones que se pueden tener. Que alguien te dé pena es horrible pero si ese alguien eres tú mismo…

Recuerdo la conversacion más dura que nunca haya tenido con mi madre. Recuerdo que en ese momento me dió más lástima de ella que de mí.
Mi madre es muy de realzar lo bueno y casi obviar las cosas malas. Es de inventar antes que quedarse callada y de mirar el lado positivo por encima de todo. De vender la moto. De decir «que vaaaaa» cuando todos sabemos que es que sí. 
Cuando ante la peor pregunta que he tenido que hacer en mi vida, me respondió «no lo sé» fui consciente de muchas cosas 
(Lo primero, de que no lo sabia de verdad, creo que nunca la he creido como aquella vez) de que para ella, que creo que no ha dicho no lo sé en su vida (excepto cuando claramente no quiere contarte algo) aquella respuesta era doblemente difícil.
De que a veces no hay lugar para el optimismo. De que hay mentiras piadosas que no se pueden decir, ni siquiera mi madre puede. De que el corazón se puede encoger de forma física. De que en el fondo del hoyo, aún te quedan fuerzas para sentir lástima de la gente que lo está pasando mal por ti. De que en el mundo de los mayores, la crema Nivea y el vaso de leche antes de irte a dormir no lo solucionan todo, aunque yo siguiera poniéndome Nivea esos dias. Y tomándome la leche que me ponían, y la sopa de lluvia, y el pescado sin sal.
 Y así fui consciente también de que en los peores momentos la mente sigue funcionando. A ratos, incluso más rápido y mejor. 
Sobre todo cuando hay que tomar decisiones; decisiones que en conduciones normales te tomarian días de reflexion, decisiones que tomas en un segundo con la seguridad de que son las únicas posibles.
Recuerdo el olor dulzón.
Recuerdo la necesidad de pensar sólo en el momento, ni atrás ni adelante.
Recuerdo las lágrimas de aquella médico. 
Recuerdo la flores de mi hermana, sus tacones del primer dia, una llamada de mi padre, por la noche.
Recuerdo cómo entró mi madre en la habitación, a la vez que el sol, el amanecer del tercer día.
Recuerdo el rosario de Medjugorje, los paseos pasillo arriba y abajo, la boca seca. Recuerdo pedir agua cuando quería pedir otra cosa.
Recuerdo no querer pastillas, a Angela contándome  ootra vez que se había olvidado mi movil y mi ipad en su taquilla. Recuerdo a Angela, mucho.
Recuerdo muchos médicos que pasaron por allí a dar ánimos. No recuerdo sus caras, ni sus nombres, pero sí muchas de sus palabras.
Recuerdo que en esos 3 días vivimos mucho. Rezamos mucho, lloramos mucho.

Los 2 años.

Te recuerdo muchísimo, pequeño. 
FELIZ CUMPLEAÑOS

Cada día, más si cabe cuando el calendario me recuerda que estamos a mediados de Noviembre.