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Inspiración Unaporuna

#losmartesconCarlos; Nuestras mañanas lentas

Hoy os traigo un «robado», un post que leí en su momento, en agosto del 2013, y me gustó bastante; El otro día por casualidad volvió a aparecer por mi pantalla y entonces lo entendí de verdad.


Porque es eso lo que yo he estado persiguiendo los últimos meses y es eso lo que os comentaba aquí que había conseguido; voy más lenta. El secreto que me preguntabas, Mar, creo que ha sido sólo darme cuenta que de verdad eso es lo que le sienta bien a Carlos. Y sorprenderme cada día de las cosas que «le he enseñado» (las ha aprendido él, mejor dicho) mientras creía que no estaba siendo productiva.


 El día en que dejé de decir «date prisa»


Cuando estás viviendo una vida apretada, cada minuto cuenta.
Sientes que deberías tachar algo de la lista de cosas pendientes, mirar
una pantalla, o salir corriendo hacia el siguiente destino. Y no importa
en cuántas partes dividas tu tiempo y atención, no importa cuántas
tareas trates de hacer a la vez, nunca hay suficiente tiempo para
ponerse al día.

Esa fue mi vida durante dos años frenéticos. Mis
pensamientos y acciones estaban controlados por notificaciones
electrónicas, melodías para el móvil y agendas repletas. Y aunque cada
fibra de mi sargento interior quería llegar a tiempo a todas las
actividades de mi programa, yo no.

Verás, hace seis años, fui bendecida con una niña relajada, sin preocupaciones, del tipo de quienes se paran a oler las rosas.
Cuando
tenía que estar ya fuera de casa, ella estaba ahí, toda dulzura,
tomándose su tiempo para elegir un bolso y una corona con purpurina.

Cuando
tenía que estar en algún sitio desde hacía cinco minutos, ella insistía
en intentar sentar y ponerle el cinturón de seguridad a su peluche.

Cuando
necesitaba pasar rápidamente a comprar un bocadillo en Subway, se
paraba a hablar con la señora mayor que se parecía a su abuela.

Cuando tenía 30 minutos para ir a correr, quería que parase la sillita para acariciar a cada perro con el que nos cruzábamos.
Cuando tenía la agenda completa desde las seis de la mañana, me pedía que le dejase cascar y batir los huevos con todo cuidado.


Mi
niña despreocupada fue un regalo para mi personalidad de tipo A,
orientada al trabajo, pero yo no lo vi. Oh no, cuando tienes una vida
apretada, tienes visión de túnel – solo ves el siguiente punto en tu
agenda. Y todo lo que no se pueda tachar de la lista es una pérdida de
tiempo.

Cada vez que mi hija me desviaba de mi horario, me decía a
mí misma: «No tenemos tiempo para esto». Así que las dos palabras que
más usaba con mi pequeña amante de la vida eran: «Date prisa».

Empezaba mis frases con esas dos palabras.
Date prisa, vamos a llegar tarde.
Y las terminaba igual.
Nos lo vamos a perder todo si no te das prisa.

Comenzaba el día así.
Date prisa y cómete el desayuno.
Date prisa y vístete.
Terminaba el día de la misma forma.
Date prisa y lávate los dientes.
Date prisa y métete en la cama.

Y
aunque las palabras «date prisa» conseguían poco o nada para aumentar
la velocidad de mi hija, las pronunciaba igualmente. Tal vez incluso más
que las palabras «te quiero».

La verdad duele, pero la verdad cura… y me acerca a la madre que quiero ser.

Entonces,
un día trascendental, las cosas cambiaron. Habíamos recogido a mi hija
mayor del cole y estábamos saliendo del coche. Como no iba lo
suficientemente deprisa para su gusto, mi hija mayor le dijo a su
hermana: «Eres muy lenta». Y cuando se cruzó de brazos y dejó escapar un
suspiro exasperado, me vi a mí misma – la visión fue desgarradora.

Yo era una matona que empujaba y presionaba y acosaba a una niña pequeña que sólo quería disfrutar de la vida.
Se me abrieron los ojos, vi con claridad el daño que mi existencia apresurada infligía a mis dos hijas.
Aunque
me temblaba la voz, miré a los ojos de mi hija pequeña y le dije:
«Siento mucho haberte metido prisa. Me encanta que te tomes tu tiempo, y
me gustaría ser más como tú».

Mis dos hijas me miraban igualmente
sorprendidas por mi dolorosa admisión, pero la cara de mi hija menor
tenía un brillo inconfundible de validación y aceptación.

«Prometo ser más paciente a partir de ahora», dije mientras abrazaba a mi pequeña, que sonreía con la promesa de su madre.

Fue
bastante fácil desterrar las palabras «date prisa» de mi vocabulario.
Lo que no fue tan fácil era conseguir la paciencia necesaria para
esperar a mi lenta hija. Para ayudarnos a las dos, empecé a darle un
poco más de tiempo para prepararse si teníamos que ir a alguna parte. Y a
veces, incluso así, todavía llegábamos tarde. En esos momentos me
tranquilizaba pensar que solo llegaría tarde a los sitios unos pocos
años, mientras ella fuese pequeña.

Cuando mi hija y yo íbamos a
pasear o a la tienda, le dejaba marcar el ritmo. Y cuando se paraba para
admirar algo, intentaba quitarme la agenda de la cabeza para
simplemente observar lo que hacía. Vi expresiones en su cara que no
había visto nunca antes. Estudié los hoyuelos de sus manos y la forma en
que sus ojos se arrugan cuando sonríe. Vi cómo otras personas
respondían cuando se paraba para hablar con ellos. Observé cómo
descubría bichos interesantes y flores bonitas. Era una observadora, y
aprendí rápidamente que los observadores del mundo son regalos raros y
hermosos. Ahí fue cuando por fin me di cuenta de que era un regalo para
mi alma frenética.


Mi
promesa de frenar es de hace casi tres años, y al mismo tiempo empezó
mi viaje para dejar de lado la distracción diaria y atrapar lo que de
verdad importa en la vida. Vivir en un ritmo más lento todavía requiere
un esfuerzo extra. Mi hija pequeña es el vivo recuerdo de por qué tengo
que seguir intentándolo. De hecho, el otro día, me lo volvió a recordar.

Habíamos
salido a dar un paseo en bicicleta durante las vacaciones. Después de
comprarle un helado, se sentó en una mesa de picnic para admirar con
deleite la torre de hielo que tenía en la mano.

De repente, una mirada de preocupación cruzó su rostro. «¿Tengo que darme prisa, mamá?»
Casi lloro. Tal vez las cicatrices de una vida acelerada no desaparecen por completo, pensé con tristeza.
Mientras
mi hija me miraba esperando a saber si podía tomarse su tiempo, supe
que tenía una opción. Podía sentarme allí y sufrir pensando en la
cantidad de veces que le había metido prisa a mi hija en la vida… o
podía celebrar el hecho de que hoy intento hacer algo distinto.

Elegí vivir el hoy.


«No
tienes que darte prisa. Tómate tu tiempo», le dije tranquilamente. Su
rostro se iluminó al instante y se le relajaron los hombros.

Y así
estuvimos hablando de las cosas de las que hablan las niñas de seis
años que tocan el ukelele. Incluso hubo momentos en que nos sentamos en
silencio simplemente sonriendo la una a la otra y admirando las vistas y
sonidos que nos rodeaban.

Pensé que mi hija se iba a comer toda
la maldita cosa – pero cuando llegó al último pedazo, me pasó la cuchara
con lo que quedaba de helado. «He guardado el último bocado para ti,
mamá», me dijo con orgullo.

Mientras el manjar saciaba mi sed, me dí cuenta de que había hecho el negocio de mi vida.
Le
di a mi hija un poco de tiempo … y, a cambio, ella me dio su último
sorbo y me recordó que las cosas son más dulces y el amor llega con más
facilidad cuando dejas de correr por la vida.


Ya se trate de …
Tomarse un helado
Coger flores
Ponerse el cinturón de seguridad
Batir huevos
Buscar conchas en la playa
Ver mariquitas y otros bichos
Pasear por la calle

No diré: «No tenemos tiempo para esto». Porque básicamente estaría diciendo: «No tenemos tiempo para vivir».

Hacer una pausa para deleitarse con los placeres simples de la vida es la única manera de vivir de verdad.
(Confía en mí, he aprendido de la mejor experta del mundo.)
 

Por eso, aunque a algunos les parezca una locura, cuando cada noche sigo dumiendo a Carlos en brazos o cantandole alguna canción inventada por nosotros sobre lo que hemos hecho ese día, no me parece una pérdida de tiempo, no me da miedo «que se acostumbre» -entre otras cosas porque ya lo está, jeje-. No conozco a ningún niño que con 15 años quiera que su madre lo duerma en brazos, y 15 años me parece tan poco…

Por eso hoy, que ha tardado más en dormirse, el post es «copiado», no le he dedicado tanto tiempo y aún puedo aprovechar para hacerle un juguete nuevo que le estoy preparando para mañana, y para acostarme antes, incluso para leer… O para escribir esto al lado de su cuna, con el brillo del teléfono al mínimo y su respiración, al fin pausada, como banda sonora.
Mi cuarto está más calentito y huele mejor porque él está aquí. 
Mis mañanas no se acuerdan de lo que significa «productividad» pero son las mejores #mañanaslentas del mundo.

Aunque echemos una hora comiendo un pan de tortuga regalo de #lalocadesutía

Y vosotros, tenéis algún ratito lento que consigáis disfrutar cada día?